miércoles, 6 de agosto de 2008

En búsqueda de la Medicina

Mi piel no es como la del durazno. Al comienzo la odié tanto que gasté varios billetes en aceites, cremas y otras pociones. Probé todo: desde las cremas con nombre francés, recetas caseras, los últimos nombres que sonaban en la boca de las más regias, hasta masajes tailandeses. Recuerdo que había días en los que me emocionaba muchos, pues por esas pocas horas yo era una seda.
Me ponía los trapos que mejor me quedaban, me planchaba el pelo, me echaba delineador en mis ojitos achinados y correteaba por todos los espejos de la casa, hasta sentirme una reina; cuando ya me sentía listísima para salir, hacía unas llamadas, en buena hora si alguien me acompañaba, o si no me salía mi plansillo "Conchita", caminaba sola por las calles eran genial esos días, yo, el aire húmedo de la ciudad y mi exquisita piel. Pero esa felicidad duraba poco, pues a los tres días otra vez se ponía escamosa, tersa, e inapetecible. Me odiaba otra vez.

Luego de tantas decepciones y de visitas a los dermatólogos, me diagnosticaron que en verdad lo que tenía era una enfermedad “Dermatitis atópica”. Que es una enfermedad muy común para los alérgicos que se hereda por los genes y sólo se lleva usando una buena dosis de cremas todos los días, algunas carisímas pastillas y no andar con estrés.
¡Genial!, dije yo. Otra gastadera de plata, algunos años esto no me importó, pero cuando ya tuve dieciséis años y todas las niñas en el colegio se veían en el baño en las clases de natación, y cuando luego dijeron ¡vámonos todos de campamento!, se me hizo una tortura.

Ahh claro que no tenía lepra, y quizá suene hasta exagerada, pero sí lo acepto soy algo perfeccionista,¿ y qué? En esos días era una maldita adolescente que tan sólo quería tener una piel normal, y que el hecho de poseer una piel cual pétalo de rosa, suave y brillosa, era todo un trauma para mí. Pero ¡bah! reconozcamos que todos tenemos algún trauma por ahí escondidillo.

Piel de pescado, piel de cocodrillo, piel de erizo, por último “Reptilia” fue la chapa que me decía uno de mis mejores amigos. Y yo horror, ¡¿Porqué dios, por qué?! Además de tener la menstruación cada mes, y aceptar mis desequilibrios mentales, ¿porqué me haces esto? Pero siempre uno tiene astucia para sobrellevar los baches. Así que mis novios nunca se daban cuenta de esto, con la arrechura de los muchachos, mi coquetería, mi gracia femenina, y buenos temas de conversa, todo era muy fácil de despistar.

Así pase unos buenos años, y justo cuando ya me acostumbraba a lo que era mi epidermis canelilla, un día, justo faltando como mas o menos un mes para que cumpla los veintitrés amanecí sin esa condenada piel de tiburón, sin acné, ¡con una hermosa piel canela! Ese día me puse minifalda, un polo sin mangas ni cuello, esos buenos días siempre se aprovechaban pues la vida es una. Fui a buscar a mi novio, él me dijo que linda que estás, ¿te has hecho algo diferente? Y yo no te parece? Y me trepe en su cuello y lo besé.

Me entró tanta curiosidad pues por esos días yo ya ni usaba las cremas que me había recetado mi dermatóloga, más bien usaba una baratucha humectante que me había costado como diez lucas, así que hice mi visita medica. Y le dije conte todo el rollo a la Doc.
Ella me dijo: “No hay mejor crema que una buenas manos con mucho amor”. Yo recién entendí lo que nunca había podido entender por muchos años, las manos las tenía yo, las tenían esos novios de pacotilla que tenía, pero el ingrediente “amor” no tiene precio.



(*Texto presentado sin corregir por la autora).

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